jueves, 30 de octubre de 2025

Octavio Paz y las mujeres: La contradicción entre el intelectual y el hombre privado

Elena Garro y Octavio Paz en Barcelona.

Octavio Paz (1914-1998), el gran poeta y ensayista mexicano, Nobel de Literatura en 1990, es una figura emblemática de la intelectualidad hispanoamericana. Su obra explora temas como la identidad, el erotismo y el poder, incluyendo una crítica aguda al machismo mexicano. 

Sin embargo, su vida personal, marcada por relaciones intensas y conflictivas con mujeres como Elena Garro, su primera esposa, revela tensiones profundas. La contradicción radica en un pensador que abogó por la liberación femenina en sus escritos, pero que en la intimidad ejerció formas de control y dominación patriarcal. A continuación, exploro esta dualidad, basada en sus textos, cartas y testimonios.

El intelectual progresista, defensor de la libertad femenina

En su obra, Paz se posiciona como un aliado del feminismo avant la lettre. En "El laberinto de la soledad" (1950), disecciona el machismo como una "maldición" cultural que somete a las mujeres mexicanas, viéndolas como "chivos expiatorios" de la identidad masculina reprimida. Critica los prejuicios que las reducen a objetos pasivos, aunque algunas frases iniciales —como "las mujeres en su conjunto merecen un tratamiento análogo" al de los chivos— han sido leídas como misóginas, en realidad sirven para ironizar y condenar esa visión popular. Más explícitamente, en "Corriente alterna" (1967), afirma: "El grado de civilización de una sociedad se mide por el grado de libertad de las mujeres", citando a Charles Fourier, y ve la emancipación femenina como "la gran transformación del siglo XX", más perdurable que la rebelión juvenil.

Paz extiende esta visión al erotismo y el amor. En "La llama doble: amor y erotismo" (1993), describe el amor como "un nudo hecho de dos libertades enlazadas", insistiendo en que "sin la libertad erótica de la mujer no puede haber amor". Apoyó causas concretas: en 1974, defendió el aborto como "derecho de las mujeres a disponer de sus cuerpos y vidas", llamando "bárbaro" su castigo penal. 

En entrevistas, como la de Rita Guibert (1974), abogó por una "nueva cultura" nacida del "juego de lo masculino y lo femenino", criticando el feminismo radical por imitar arquetipos masculinos en lugar de crear femeninos propios. Incluso en una carta de 1960 a Elena Poniatowska, escribió: "En general las mujeres me dan más esperanzas sobre la humanidad que los hombres. Quizá el gran fenómeno del siglo XX [...] sea la liberación de la mujer". Firmó manifiestos feministas, como el de la despenalización del aborto en 1998, días antes de morir.

Esta postura lo convierte en un precursor del feminismo en México, influido por figuras como Sor Juana Inés de la Cruz, a quien dedicó ensayos admirativos.

Control y machismo en la relación con Elena Garro

Sin embargo, la vida privada de Paz pinta un retrato más oscuro, especialmente en su matrimonio con Elena Garro (1916-1998), escritora y dramaturga, de 1937 a 1959. Su relación, nacida en un México bohemio, fue una tormenta de pasión, celos y poder desigual. Las 84 cartas de Paz a Garro, publicadas en "Las cartas de Octavio Paz a Elena Garro" (2021, editadas por Patricia Rosas Lopátegui), revelan un hombre narcisista y controlador: celos patológicos, chantajes emocionales (incluso con amenazas de suicidio) y presiones eróticas que rayan en la dominación.

Ejemplos concretos:

- Paz exigía sumisión absoluta: en una carta, la insta a tener amantes para "liberarse", pero la desautoriza para viajar sola, revelando un "machismo de la autocracia" que la confinaba.

- Prohibió a Garro escribir por "temor a la competencia", obligándola a quemar manuscritos como "Los recuerdos del porvenir" (1963), su obra maestra, priorizando su propia carrera. En sus diarios, Garro describe escenas humillantes, como Paz emitiendo "obscenidades" post-boda en presencia de su madre, o devorando su vitalidad como un "rey Midas de la nieve" que congela sueños (en su poema "Cristales de tiempo").

- La separación en 1959 fue escandalosa: Paz la acusó públicamente de infidelidad y la marginó del círculo literario, mientras él continuaba sus "aventuras", como con la pintora Bona Tibertelli de Pisis.

Garro, en respuestas fragmentadas —diarios, poemas como "Vamos unidas" (alusión a la violación simbólica del patriarcado) y entrevistas—, retrata a Paz como encarnación del machismo mexicano que él mismo criticaba: un "malvado esposo" que anuló su vocación bajo una fachada romántica. Libros recientes, como "La reina de espadas" de Jazmina Barrera (2024), rescatan su voz, exponiendo cómo el "machismo sofisticado y cruel" de Paz la silenciaron.

Otras relaciones, como su matrimonio con Marie-José Tramini (1966-1998), fueron más estables, pero también teñidas de idealización poética que ocultaba dinámicas desiguales.

¿Un feminista hipócrita o un hombre de su tiempo?

La brecha entre el Paz intelectual —defensor de la "unión de dos libertades"— y el hombre privado —chantajista y posesivo— es el núcleo de la polémica. Sus biógrafos lo ven como víctima de contradicciones internas: un poeta que teorizó la libertad erótica, pero que en la práctica la ejerció unilateralmente, reflejando el patriarcado que denunciaba. Garro lo simboliza como hipócrita: apoyaba la liberación ajena, pero oprimía la propia. Críticas contemporáneas, como en documentales sobre 1968 o posts en redes, lo tildan de "falso héroe" por este doble rasero.

Aun así, contextualizarlo en el México machista de los años 30-50 mitiga juicios absolutos: Paz evolucionó, y su apoyo tardío a causas feministas sugiere autocrítica. Pero la herida con Garro persiste, recordándonos que los genios son humanos, falibles y contradictorios. Como él escribió: "La poesía nos abre la posibilidad de ser que entraña todo nacer; recrea al hombre y lo hace asumir su condición verdadera". En su caso, esa recreación fue incompleta.

Para profundizar: recomiendo "Las cartas de Octavio Paz a Elena Garro", "El laberinto de la soledad" y "Memorias" de Helena Paz Garro. 

Por Grok
31 octubre 2025

La felicidad es posible en esta vida

En un mundo saturado de promesas efímeras y expectativas inalcanzables, la frase "La felicidad es posible en esta vida" resuena como un recordatorio radical: no necesitamos esperar la eternidad para encontrar plenitud. La felicidad no es un destino remoto, sino una práctica cotidiana, un estado accesible incluso en medio de las sombras inevitables de la existencia humana. Pero, ¿es esto realmente posible? ¿Cómo cultivamos una vida plena cuando el dolor, la pérdida y la finitud nos acechan? En este artículo, exploraremos la felicidad como un arte vivo, delineando las condiciones esenciales para habitar un estado de plenitud, a pesar de las limitaciones inherentes a nuestra condición mortal.

La ilusión del cielo lejano

Desde las tradiciones religiosas hasta las narrativas modernas de éxito, hemos sido condicionados a ver la felicidad como algo postergado: un premio al final del túnel, reservado para los justos o los afortunados. Sin embargo, filósofos como Epicuro, el Buda o incluso el existencialista Jean-Paul Sartre nos invitan a desmontar esta ilusión. Epicuro, en su jardín ateniense, sostenía que la felicidad radica en los placeres simples y moderados, no en excesos ni en promesas ultraterrenas. El Buda, por su parte, enseñaba que el sufrimiento (dukkha) es inherente a la vida, pero que la liberación —un estado de paz profunda— surge de reconocerlo sin apego.

En términos contemporáneos, la psicología positiva, liderada por figuras como Martin Seligman, corrobora esto: la felicidad no es la ausencia de problemas, sino la presencia de significado. Estudios como el de la Universidad de Harvard sobre el desarrollo adulto (el Grant Study) revelan que lo que más predice la satisfacción vital no es la riqueza o el estatus, sino las relaciones profundas y la resiliencia ante la adversidad. Así, el cielo no es un lugar, sino un modo de ser: un aquí y ahora impregnado de gratitud y conexión.

Las limitaciones humanas

La vida humana es un tapiz tejido con hilos frágiles. Envejecemos, perdemos, fallamos; el cuerpo se cansa, las mentes se nublan y el mundo nos hiere. Estas limitaciones —la mortalidad, el dolor emocional, la imprevisibilidad del destino— podrían parecer obstáculos insalvables. Pero paradójicamente, son el catalizador de la verdadera plenitud. Viktor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración nazis, lo expresó magistralmente en "El hombre en busca de sentido": "Cuando ya no podemos cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos".

Aceptar estas limitaciones no implica resignación pasiva, sino una transformación activa. Es reconocer que la impermanencia no es una maldición, sino una invitación a valorar el instante. En palabras de Mary Oliver, poeta de la atención plena: "¿Qué harás con tu vida única y preciosa?". La plenitud emerge cuando abrazamos estas grietas, convirtiéndolas en fuentes de empatía y profundidad.

Condiciones esenciales para una vida plena

Lograr esta felicidad posible requiere intencionalidad. No es un don innato, sino un cultivo deliberado. A continuación, delineamos cinco condiciones clave, interconectadas como raíces de un árbol antiguo:

1. Presencia consciente

En un era de distracciones digitales, la mente divaga como un río desbocado. La condición primordial es la mindfulness —la atención plena—, que nos devuelve al presente. Prácticas como la meditación o el simple acto de respirar conscientemente nos liberan del rumiar del pasado o la ansiedad del futuro. Investigaciones de la Universidad de Wisconsin, lideradas por Richard Davidson, muestran que solo ocho semanas de meditación diaria reconfiguran el cerebro, reduciendo el estrés y amplificando la alegría. El cielo empieza cuando paramos de buscarlo y lo habitamos.

2. Gratitud 

La plenitud no ignora el sufrimiento, pero lo relativiza mediante la gratitud. No se trata de negación tóxica ("todo está bien"), sino de un enfoque en lo que "sí" ilumina: un amanecer, una risa compartida, el latido de un corazón. Sonja Lyubomirsky, en "La ciencia de la felicidad", propone llevar un diario de gratitud: tres cosas buenas al día. Esta práctica simple reentrena el cerebro para percibir abundancia, incluso en la escasez. Ante las limitaciones, la gratitud nos recuerda que la vida, en su finitud, es un regalo efímero y por ende, invaluable.

3. Relaciones auténticas

Somos seres relacionales; el aislamiento es el veneno más sutil. La condición esencial es tejer lazos profundos, vulnerables, donde nos permitamos ser vistos en nuestra imperfección. El estudio de Harvard antes mencionado concluye que las conexiones cercanas son el predictor número uno de felicidad a largo plazo. En tiempos de soledad pandémica, esto cobra urgencia: una llamada, un abrazo, una conversación honesta. Las limitaciones humanas —nuestra fragilidad— se vuelven compartidas, y en esa vulnerabilidad compartida, hallamos fuerza colectiva.

4. Propósito y contribución

La plenitud florece cuando alineamos nuestras acciones con un sentido mayor. No necesita ser grandioso —salvar el mundo—, sino personal: enseñar a un niño, plantar un árbol, crear arte. Mihaly Csikszentmihalyi, en su concepto de "flow" (flujo), describe cómo el compromiso total en una actividad nos hace trascender el yo limitado. Ante la mortalidad, el propósito nos inmortaliza en legados pequeños pero eternos. Pregúntate: ¿Qué huella quiero dejar en este instante fugaz?

5. Resiliencia y autocompasión

Ninguna condición es estática; las recaídas son inevitables. Aquí entra la resiliencia: la capacidad de levantarse, no a pesar del dolor, sino a través de él. Kristin Neff, pionera de la autocompasión, enseña a tratarse con la misma amabilidad que a un amigo en apuros. Esto contrarresta la autocrítica destructiva, común en nuestra cultura de perfeccionismo. Las limitaciones se convierten en maestras cuando las enfrentamos con gentileza, transformando el sufrimiento en sabiduría.

Conclusión

"La felicidad es posible en esta vida" no es una utopía ingenua, sino una llamada a la acción. La felicidad posible en esta vida no elimina las limitaciones humanas —el envejecimiento, la pérdida, el caos—, pero las integra en un tapiz más rico. Requiere presencia, gratitud, conexión, propósito y compasión: condiciones accesibles a cualquiera dispuesto a practicarlas.

Imagina tu vida como un jardín: las limitaciones son el suelo arcilloso, las plagas inevitables; pero con cuidado diario, brotan flores inesperadas. Hoy, en este aliento, elige una semilla —un momento de gratitud, una mano extendida— y plántala. El cielo no espera; se construye, pétalo a pétalo, en el corazón latiendo de lo ordinario. ¿Y tú? ¿Dónde empieza tu plenitud?

Por Grok
30 octubre 2025

miércoles, 29 de octubre de 2025

La Resurrección de Occidente: ¿Puede Occidente sobrevivir sin sus raíces cristianas?

En un mundo donde el "fin de la historia" proclamado por Francis Fukuyama en 1989 parece cada vez más un espejismo, surge una pregunta ineludible: ¿pueden sobrevivir Occidente y su principal subproducto político, la democracia liberal, a la desaparición de las ideas que construyeron nuestra civilización? 

Más concretamente, ¿podrá el Occidente aferrarse a valores anémicos como la ciudadanía, el multiculturalismo y el globalismo, una vez que el cristianismo —con sus pilares inquebrantables de Dios, familia y comunidad— haya sido hipotéticamente sepultado bajo el peso de la secularización?

Los últimos treinta y cinco años, esos de la supuesta victoria liberal, han demostrado lo contrario con una claridad demoledora. Intentar arrancar Occidente de sus raíces cristianas no produce un nuevo edén, sino un paisaje desolado, irreconocible. 

Como advertía el periodista y exespía soviético Yuri Bezmenov, el único antídoto contra la "desmoralización" impulsada por el colectivismo secular es la religión: una idea moral nuclear, infinitamente más robusta que cualquier herejía moderna, como el socialismo, que pretende suplantarla.

Esta verdad se manifiesta ahora en un fenómeno que, aunque ha pasado desapercibido en rincones provincianos como España —atrapados en un aislacionismo negacionista—, resuena con fuerza en el corazón anglosajón. Hace apenas una semana, Douglas Murray, en un incisivo artículo para "The Spectator" titulado "La resurrección política del cristianismo", documentaba cómo, en el funeral de Charlie Kirk, las vigilias se llenaron de oraciones masivas y manifestaciones de gospel. 

En medio del caos moral occidental, la gente volvió, por unos días, "a sus principios más firmes". No es casualidad. Tras décadas de secularización progresista, una generación de jóvenes —y no tan jóvenes— rechaza "el vacío existencial del liberalismo" y busca en el cristianismo lo que siempre prometió: sentido, comunidad y valores sólidos.

Reino Unido, Francia y Estados Unidos

Los datos no mienten; son el pulso de esta contraofensiva espiritual. En el Reino Unido, epicentro del wokismo tóxico, la asistencia mensual a la iglesia saltó del 8% al 12% de la población adulta entre 2018 y 2024 (de 3,7 a 5,8 millones de almas). Entre los jóvenes de 18-24 años, el incremento es vertiginoso: del 4% al 16%, multiplicado por cuatro en seis años. Los hombres lideran esta revolución silenciosa, con su asistencia quintuplicada del 4% al 21%. La creencia en Dios entre esta cohorte casi se ha triplicado, del 16% en 2021 al 45% en 2025. 

Francia, no menos impactante, registró en la Pascua de 2025 más de 17.800 bautizos de adultos y adolescentes —un 45% más que el año anterior, el récord en dos décadas—. El 42% de ellos, entre 18 y 25 años, esa generación supuestamente "superada" por la religión.

En Estados Unidos, tras un declive que parecía irreversible, el cristianismo se estabiliza con señales inequívocas. El 66% de los americanos afirma haber hecho un "compromiso personal" con Jesús, un salto de doce puntos desde el 54% de 2021. La Generación Z asiste a la iglesia más que sus mayores, invirtiendo patrones históricos. Y, en un giro revolucionario, los hombres superan a las mujeres en asistencia semanal (43% contra 36%), la brecha de género más amplia en veinticinco años.

La epidemia de soledad

Estos números adquieren profundidad al contrastarlos con el fracaso estrepitoso del progresismo en la salud mental. Un estudio de McKinsey revela que, desde 2010, las adolescentes liberales han sufrido el "cambio negativo más grande y significativo" en autoestima, autodesprecio y soledad, coincidiendo con la explosión de smartphones y noticias digitales. 

La epidemia de soledad azota con saña a los jóvenes progresistas: según el Cirujano General de EE.UU., casi la mitad de los americanos padece niveles significativos, con riesgos del 29% más de enfermedad cardíaca, 50% de demencia y 32% de derrame cerebral. En la Gen Z, el 91% reporta síntomas de ansiedad, solo el 45% califica su salud mental como "buena o excelente", y el 22% alberga pensamientos suicidas. El 61% de los 18-25 años vive en "grados miserables" de soledad.

Las redes sociales

Las redes sociales, esa "catedral digital del progresismo", actúan como vector de contagio, magnificando depresión y ansiedad mediante algoritmos voraces de atención y publicidad, como explica el doctor Benjamin Druss de la Rollins School of Public Health. Michael Shellenberger lo resume en su investigación sobre libertad de expresión: internet es una espada de doble filo, la mayor oportunidad para la verdad y el mayor peligro de censura masiva. Big Tech, el brazo corporativo del progresismo, ejerce un control asfixiante: según el America First Policy Institute, tres cuartas partes de los americanos creen que censuran intencionadamente visiones disidentes, y casi la mitad conoce a alguien expulsado de plataformas.

De este caldo de cultivo emerge una generación que, como observa Paul Kingsnorth —execologista convertido al cristianismo ortodoxo—, percibe Occidente asediado por "la Máquina": fuerzas tecnológicas, consumistas e ideológicas que nos desarraigan de la naturaleza, la cultura y Dios. El proyecto postilustrado del materialismo positivista, cristalizado en Marx, Nietzsche y Freud, se ha tornado en una "rebelión contra Dios", un intento fallido de dominar el mundo con racionalismo y tecnología.

Intelectuales anglosajones lo diagnostican con precisión quirúrgica. Tom Holland, en "Dominio", demuestra que incluso los secularistas más fervientes ven el mundo a través de una lente cristiana: valores como derechos humanos, dignidad y compasión brotan de la "revolución de la Cruz", no de la depredadora Grecia o Roma, cuya herencia eugenesista y esclavista alimentó horrores como el nazismo. Douglas Murray, "ateo cristiano", lo enuncia con crudeza: "No puedes sacar el cristianismo de Occidente y tener algo que sea reconociblemente Occidente". Cita a R.R. Reno sobre "el retorno de los dioses fuertes", y ve en el doble desafío del islam y el progresismo —esta "nueva religión" que usurpó el espacio cristiano— un catalizador para la identidad latente.

Mary Harrington, la "feminista reaccionaria", vivió la revolución sexual hasta sus límites y la declara un fracaso: la píldora, "el primer momento transhumanista", mercantilizó el cuerpo femenino, atomizó relaciones y engendró una crisis de sentido. No busca nostalgia, sino rechazar "la teología del progreso", citando a Nicolás Gómez Dávila: "El reaccionario no es un nostálgico del pasado, sino un peregrino hacia un pasado sumergido". Louise Perry, feminista secular, concuerda: la cultura del hookup beneficia a hombres poderosos y devasta a mujeres, recomendando castidad premarital y monogamia, convergiendo con la ética cristiana histórica.

Ayaan Hirsi Ali, ex"quinta jinete" del Nuevo Ateísmo, anunció en 2023 su conversión: "El ateísmo no puede equiparnos para la guerra civilizacional", pero la tradición judeocristiana sí puede salvar a Occidente de amenazas como el autoritarismo chino-ruso, el islamismo y el wokismo.

No todos optan por la ofensiva. Rod Dreher, en su "Opción Benedicto", propone un monasticismo moderno: comunidades cristianas en "exilio presencial", inspiradas en San Benito, para sobrevivir la "inundación" postcristiana mediante oración, familias fuertes y escuelas alternativas. No es huida, sino contracultura vibrante.

El fin del wokismo

¿Por qué ahora? Sociológicamente, el progresismo siembra su propia superación: la democracia tolera pasivamente ideologías que la niegan, como advertía la tesis de la secularización ahora desafiada por un resurgimiento religioso global. El agujero moral del secularismo, la soledad digital, la crisis masculina y el autoritarismo tecnológico han forjado una tormenta perfecta. Los jóvenes anhelan lo que el liberalismo niega: orden moral objetivo, comunidad intergeneracional, trascendencia, roles definidos. Como profetizaba Nietzsche, sin fundamentos espirituales, la humanidad edifica sobre arena. Tras hundirse en ella, esta generación busca la roca.

Occidente, para sobrevivir, debe reconocer que su alma no reside en valores anémicos, sino en la fe que lo forjó. De lo contrario, no quedará más que un eco vacío.

Por Grok
29 octubre 2025

martes, 28 de octubre de 2025

Cuando el tonto es más peligroso que el malvado

Dietrich Bonhoeffer
En un mundo donde la maldad parece acechar en cada sombra calculada, surge una amenaza más sutil y devastadora: la estupidez. El malvado es predecible; trama sus golpes con frialdad y deja grietas por donde filtrar la resistencia. Pero el tonto... ah, el tonto es un vendaval imprevisible, un elefante irrumpiendo en una cristalería fina. Destruye sin malicia aparente, impulsado por caprichos o una ceguera absoluta a las consecuencias. El resultado: un caos irreversible, donde el daño no busca un fin, sino que simplemente sucede.

La pregunta que nos asalta es inevitable: ¿qué es más peligroso, la maldad consciente o la estupidez inadvertida? Para responderla, retrocedamos a la pluma de un hombre que contempló el abismo de la humanidad desde las rejas de una celda nazi. 

Dietrich Bonhoeffer, nacido en 1906 en Breslau (hoy Wrocław, Polonia), fue un pastor luterano, teólogo y activista antinazi cuya vida se truncó en la horca de Flossenbürg en abril de 1945. Arrestado en 1943 por su participación en la resistencia contra Hitler, Bonhoeffer garabateó reflexiones profundas en sus Cartas y papeles desde la prisión. Allí, en medio del horror, acuñó una idea que resuena con fuerza hoy: la estupidez no es mera torpeza intelectual, sino una fuerza corrosiva, más letal que la maldad misma.

La estupidez como maldad inconsciente

Para Bonhoeffer, la estupidez trasciende la falta de coeficiente intelectual. No se trata de un error aislado, sino de un vicio ético y social que anula la capacidad humana de discernir. "El malvado —escribió— es siempre consciente de sus límites y, por tanto, vulnerable. El estúpido, en cambio, ignora los suyos y arrasa con todo". Esta "maldad inconsciente" es particularmente peligrosa porque opera sin frenos morales: las personas estúpidas no actúan por codicia o rencor, sino por una obediencia ciega, una adhesión fanática a ideas que ni siquiera entienden.

Imaginemos a un funcionario de bajo rango en un régimen totalitario, ejecutando órdenes absurdas no por convicción, sino por lealtad inquebrantable al "líder infalible". No ve el sufrimiento ajeno porque su mente, embotada por el dogma, no lo percibe. Bonhoeffer identificó tres rasgos clave de esta estupidez:

1º Falta de autonomía: El estúpido se disuelve en el rebaño, renunciando a su juicio personal por la comodidad de la masa. "El poder de los tontos es el poder de la unanimidad", advertía el teólogo.

2º Ausencia de pensamiento crítico: Acepta dogmas incuestionables, donde la duda es traición. En palabras de Bonhoeffer: "Contra la estupidez, no hay argumentos; solo la experiencia del sufrimiento puede despertarla".

3º Peligrosidad inherente: Ignora las consecuencias de sus actos, propagando el mal como un virus inadvertido. No busca dañar, pero el estrago es el mismo.

En el contexto del nazismo, Bonhoeffer vio cómo esta dinámica se aceleraba bajo estructuras totalitarias. Ideologías que prometen salvación colectiva sofocan la reflexión individual, fomentando una "conformidad ciega" que transforma ciudadanos en engranajes de la máquina destructiva. Predijo con aciago tino que, sin autonomía personal y responsabilidad social, la sociedad entera sucumbe al cuestionamiento ausente. Hoy, en eras de polarización digital y populismos rampantes, sus palabras suenan como un eco profético.

La ecuación de la estupidez según Cipolla

Bonhoeffer no estaba solo en su diagnóstico. Siglos después —o, mejor dicho, en paralelo conceptual—, el economista italiano Carlo M. Cipolla refinó la idea en su irreverente ensayo Las leyes fundamentales de la estupidez humana (1976). Con un toque de humor ácido, Cipolla despoja el concepto de romanticismo y lo reduce a una fórmula implacable: "Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o a un grupo de personas sin obtener ganancia personal alguna, o incluso provocándose daño a sí misma en el proceso".

En su cuadrante gráfico, Cipolla clasifica a la humanidad en cuatro tipos: los inteligentes (beneficio mutuo), los bandidos (ganancia a costa ajena), los impotentes (daño propio sin impacto ajeno) y, en el peor rincón, los estúpidos (daño ajeno sin recompensa, a menudo con autolesión). ¿Por qué esta estupidez eclipsa a la maldad? Porque es irracional e impredecible. El bandido puede ser sobornado o combatido; el estúpido, no. Actúa por inercia, multiplicando el caos en redes sociales virales, políticas erráticas o decisiones corporativas desastrosas.

Cipolla, como Bonhoeffer, enfatiza la dimensión social: la estupidez se propaga en entornos donde la reflexión es un lujo. En un mundo hiperconectado, un tuit impulsivo de un "tonto influyente" puede desatar tormentas globales, sin que su autor capte el vendaval que ha desatado.

Lecciones para un mundo al borde del abismo

En última instancia, tanto Bonhoeffer como Cipolla nos urgen a cultivar antídotos: el coraje moral para cuestionar, la empatía para prever consecuencias y la humildad para reconocer límites. La maldad se enfrenta con justicia; la estupidez, con educación y libertad. Porque, como el elefante en la cristalería, no basta con lamentar los vidrios rotos: hay que enseñar a caminar con cuidado.

En 2025, mientras navegamos crisis climáticas, desigualdades y algoritmos que amplifican el rebaño digital, recordemos: el tonto no es solo un bufón trágico. Es el agente del desorden que, sin querer, nos arrastra al precipicio. ¿Estamos dispuestos a despertar antes de que sea tarde?

Por Grok
29 de octubre de 2025

lunes, 27 de octubre de 2025

Cuando los delincuentes se adueñan del poder y destruyen un país. Segunda parte.

"Tenemos derechos humanos", dicen, ¿y deberes humanos?
"Barbecue", el jefe de las pandillas de Haití. 
El fenómeno en el que delincuentes, ya sea a través de pandillas organizadas, carteles o regímenes corruptos con nexos criminales, se apoderan del poder y desmantelan las instituciones de un país es una de las formas más graves de colapso estatal. Esto genera violencia extrema, colapso económico, desplazamientos masivos y hambrunas, dejando a millones en la miseria. 

A continuación, detallo algunos ejemplos actuales (2025), basados en reportes de organizaciones internacionales y análisis independientes, enfocándome en casos donde el control criminal es evidente y destructivo.

Haití: El dominio de las pandillas como un "gobierno paralelo"


En Haití, las pandillas han asumido el control de amplias zonas del país, especialmente en Puerto Príncipe y sus alrededores, desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021. Alianzas como Viv Ansanm, con unos 12.000 miembros armados, han paralizado el transporte, sitiado barrios y causado más de 5.300 muertes en 2024, desplazando a 700.000 personas y dejando a casi la mitad de la población en inseguridad alimentaria aguda. 

Estas bandas no solo cometen extorsiones y secuestros, sino que transmiten sus atrocidades en redes sociales para intimidar, controlando vías clave y expandiéndose a departamentos centrales con signos de "gobernanza criminal". La corrupción en el gobierno de transición y la falta de elecciones desde 2016 han debilitado cualquier respuesta estatal, pese a una misión de seguridad keniana con solo 400 efectivos (lejos de los 2.500 planeados). Haití representa el borde de una guerra civil, con las pandillas actuando como un poder de facto que destruye la economía y la sociedad.

Venezuela: Un "estado gánster" bajo Maduro


Venezuela es un caso paradigmático de un régimen donde el poder ejecutivo se ha fusionado con redes criminales, convirtiéndolo en una "empresa criminal con poder estatal". Bajo Nicolás Maduro, descrito como un "jefe de mafia" en lugar de presidente, el gobierno ha facilitado el narcotráfico, la minería ilegal y la corrupción masiva, lo que ha devastado la economía: hiperinflación crónica, escasez de alimentos y medicinas, y una emigración de más de 7 millones de personas. 

En 2025, tensiones con EE.UU. han escalado a golpes militares contra embarcaciones vinculadas a "narcoterroristas" venezolanos, destacando nexos con grupos criminales que exportan fentanilo y cocaína. 

El régimen usa "colectivos" armados para reprimir protestas, y la Corte Penal Internacional investiga crímenes contra la humanidad. La opacidad en datos de crimen y economía oculta la magnitud, pero el colapso ha reducido el PIB en más del 75% desde 2013, dejando al país en ruinas.

Nicaragua: La dictadura de Ortega como persecución criminal institucionalizada


En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha transformado el Estado en un aparato represivo que comete abusos sistemáticos clasificados como crímenes contra la humanidad por expertos de la ONU. Desde las protestas de 2018, que dejaron más de 350 muertos en una masacre paramilitar, el gobierno ha exiliado o encarcelado a opositores, periodistas y líderes religiosos, con al menos 75 presos políticos en junio de 2025. 

Reformas al código penal permiten confiscaciones arbitrarias y han institucionalizado grupos paramilitares responsables de muertes, eliminando garantías de derechos humanos básicos y creando un clima de terror. 

La independencia judicial ha sido destruida mediante directivas policiales que controlan arrestos y embargos por "delitos financieros". Esto ha erosionado la economía, con expropiaciones masivas y un éxodo de 800.000 personas, convirtiendo a Nicaragua en un estado fallido donde el poder criminal reprime cualquier disidencia.

México: Carteles como señores feudales territoriales


En México, los carteles de la droga han fragmentado el territorio nacional, controlando regiones enteras mediante violencia y corrupción, en lo que se asemeja a una "guerra peor que algunos conflictos mundiales". 

Desde 2006, han causado cerca de 500.000 homicidios y 100.000 desapariciones, impulsados por el tráfico de fentanilo (responsable de 80.000 muertes anuales en EE.UU.), extorsión y producción de opioides. 

Acuerdos informales con autoridades locales han reducido ligeramente los homicidios, pero los carteles mantienen enclaves fuertes, armados con fusiles de EE.UU., y desafían al gobierno de Claudia Sheinbaum con amenazas de inestabilidad regional. 

La "guerra contra el narco" ha fallado en desmantelar estas redes, que ahora diversifican a minería ilegal y trata de personas, destruyendo comunidades y la confianza en el Estado.

Estos ejemplos ilustran cómo el ascenso de elementos criminales al poder no solo perpetúa la violencia, sino que desintegra las bases de la sociedad: economía, justicia y cohesión social. En contraste, casos como El Salvador muestran que intervenciones drásticas contra pandillas pueden revertir el control, aunque con costos en derechos humanos. La solución radica en fortalecer instituciones independientes y cooperación internacional, pero el pronóstico para estos países en 2025 sigue sombrío sin cambios profundos.

El Salvador: Panorama actual (Octubre 2025)


El Salvador, un país centroamericano de aproximadamente 21.000 km² y 6,5 millones de habitantes, ha experimentado transformaciones profundas en los últimos años bajo el gobierno de Nayib Bukele. 

Aunque históricamente azotado por violencia pandillera, el enfoque en seguridad ha reducido drásticamente el crimen, pero a costa de erosiones democráticas y abusos a los derechos humanos. A continuación, detallo los aspectos clave basados en reportes recientes.

Política

- Gobierno de Nayib Bukele: Bukele, del partido Nuevas Ideas, asumió en 2019 y fue reelecto en febrero de 2024 con más del 80% de los votos para el período 2024-2029, pese a la prohibición constitucional de reelección inmediata. 

En julio de 2025, la Asamblea Legislativa aprobó una enmienda constitucional que elimina límites de reelección presidencial, consolidando el poder ejecutivo y alarmando a observadores internacionales por el deterioro democrático.

- Control institucional: El partido de Bukele domina la Asamblea (54 de 60 escaños tras reformas que redujeron su tamaño en 2024). 

Seguridad y lucha contra pandillas

- Estado de Emergencia: Vigente desde marzo de 2022 (extendido 30 veces), suspende derechos constitucionales como habeas corpus. Ha resultado en más de 81.000 detenciones, incluyendo 3.000 menores, a menudo por apariencia o "cuotas" sin evidencia. La población carcelaria alcanza 108.000 (1,7% de la población total), superando la capacidad en 38.000.

- Resultados en crimen: La tasa de homicidios ha caído a niveles históricos: de 105 por 100.000 en 2015 a 1,9 en 2024, y 1,89 en 2025 (0,31 por día). 

Esto ha impulsado el turismo, superando a vecinos como Costa Rica en seguridad percibida. Extradiciones de líderes de MS-13 a EE.UU. en 2024 fortalecen la cooperación bilateral.

Economía

El Salvador muestra perspectivas positivas por la mejora en seguridad, pero persisten desafíos estructurales. La reducción del crimen ha impulsado inversión y productividad, según el FMI. Sin embargo, no ha traducido en prosperidad general; la pobreza afecta al 27% de la población (2023, leve aumento del 0,4% respecto a 2022).

En resumen, El Salvador ha logrado un "milagro de seguridad" que contrasta con el colapso en vecinos como Haití o Venezuela, pero el precio es un retroceso democrático y social. El futuro depende de equilibrar mano dura con reformas institucionales. 

Por Grok
27 de octubre de 2025

domingo, 26 de octubre de 2025

Cuando los delincuentes se adueñan del poder y destruyen un país

El líder de las bandas armadas de Haití, "Barbecue"
En Haití, las bandas armadas han eclipsado al Estado, transformando la nación en un mosaico de violencia y desesperación. Este caos no se contiene en sus fronteras: sus repercusiones reverberan con fuerza en República Dominicana, amenazando su estabilidad económica, social y de seguridad. En este artículo, exploramos el epicentro de la crisis haitiana y sus impactos directos en el vecino oriental, basándonos en informes de la ONU, análisis regionales y voces del terreno.

El reinado del crimen: Haití bajo el yugo de las pandillas


Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, ha sido un polvorín desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021. Lo que comenzó como un vacío político se ha convertido en un dominio absoluto de las pandillas, financiadas por extorsiones, secuestros, tráfico de armas y drogas. 

En 2025, estas organizaciones criminales controlan el 80% de Puerto Príncipe y se expanden a zonas rurales, prisiones y puertos estratégicos, estableciendo lo que expertos llaman una "gobernanza criminal fragmentada".

La violencia ha escalado de manera alarmante: en 2024 se registraron más de 5.600 muertes relacionadas con pandillas, y solo en el primer semestre de 2025, la cifra alcanzó los 3.141 fallecidos, con 957 heridos y 316 secuestros. La violencia sexual afecta a cientos —628 casos reportados en los primeros seis meses—, mientras que miles de niños son reclutados forzosamente como soldados o sicarios.

El hambre agrava el infierno: seis millones de haitianos —más del 50% de la población— enfrentan inseguridad alimentaria aguda, un número que podría superar los seis millones en los próximos meses, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Desplazamientos masivos han creado campamentos precarios, vulnerables a desastres naturales como el huracán Melissa, que azotó la región en septiembre de 2025.

La intervención internacional, liderada por una fuerza multinacional keniana desplegada en 2024 bajo mandato de la ONU, ha sido un fracaso rotundo. 


Ataques a infraestructuras clave, como prisiones y aeropuertos, han estancado cualquier avance hacia elecciones democráticas. Analistas de Americas Quarterly advierten que, sin un desmantelamiento sistemático de esta red criminal, Haití podría mutar en un narcoestado permanente, con implicaciones globales en el tráfico de cocaína hacia EE.UU. y Europa.

Estos números no son estadísticas frías; son vidas destrozadas por un poder que ha invertido los roles: los delincuentes dictan leyes, mientras el Estado se reduce a un eco distante.

Repercusiones en República Dominicana


El 90% de la migración irregular haitiana se dirige a RD, generando un dilema entre solidaridad humanitaria y defensa de la soberanía.

La isla de La Española es un microcosmos de contrastes: Haití, sumido en el abismo; República Dominicana, un faro de crecimiento económico con un PIB per cápita cinco veces superior. Pero la porosidad de la frontera de 376 kilómetros —un río, montañas y pasos informales— hace que el colapso haitiano sea una crisis importada. 

Migración masiva y deportaciones: un flujo incontrolable


En el último año, RD ha deportado a más de 370.000 haitianos, con una cuota semanal de 10.000 personas, justificada por el gobierno de Luis Abinader como medida de "seguridad nacional". Amnistía Internacional denuncia abusos en estas operaciones, con más de 180.000 deportaciones en los primeros meses de 2025. Miles cruzan diariamente por Dajabón o Malpasse, incluso bajo lluvias torrenciales o amenazas de huracanes, huyendo de la violencia o en busca de jornales en la agricultura y construcción.

Amenazas a la seguridad: pandillas al acecho


El espectro de las pandillas haitianas infiltrándose en territorio dominicano es real. Incidentes como el asesinato de un dominicano y la quema de vehículos en Uvero Alto en agosto de 2025 han avivado alarmas. Abinader ha reforzado el muro fronterizo —un proyecto de 164 km iniciado en 2022— y desplegado miles de tropas. En cartas diplomáticas a líderes como Vladimir Putin y Xi Jinping, el presidente advierte que la crisis haitiana es una "amenaza continental".

Impactos económicos


El comercio binacional persiste —mercados como Dajabón bullen pese al caos—, pero la dependencia de mano de obra haitiana genera fricciones. En sectores como el bananero y la construcción, los migrantes son esenciales, pero compiten por recursos y salarios. 

La no renovación de las leyes comerciales HOPE/HELP de EE.UU. podría costar 40.000 empleos en RD y exacerbar el hambre en Haití, según analistas del Consejo de Relaciones Exteriores.

El choque cultural


Escuelas y hospitales dominicanos colapsan bajo la presión: "En colegios, no hay lugar para dominicanos", denuncia un post en X con miles de interacciones. Hay miedos a una "fusión" demográfica que diluya la identidad nacional, impulsando demandas de visas estrictas en consulados haitianos. 

Los peligros de la impunidad


Cuando los delincuentes toman el timón, no solo destruyen un país, sino que envenenan a sus vecinos. Para RD, las repercusiones son un equilibrio precario entre empatía y autodefensa. Abinader ha elevado la voz en foros internacionales, pero el pueblo exige acción concreta: control fronterizo reforzado, regularización selectiva y presión global para elecciones haitianas.

En última instancia, la solución trasciende la isla. Requiere una coalición hemisférica —EE.UU., Canadá, la OEA— para desarmar las pandillas, reconstruir instituciones y combatir la pobreza estructural. Como resume un tuit en X: "Esto no es xenofobia, es defensa de la patria". Si no actuamos con urgencia, el efecto dominó podría arrastrar a toda la región al abismo. La Española no puede permitirse otro capítulo de tragedia compartida. 

Por Grok
26 octubre 2025

sábado, 25 de octubre de 2025

«Los derechos humanos de la gente honrada son más importantes que los de los delincuentes» (Nayib Bukele)

Nayib Bukele
En un mundo donde la inseguridad azota a naciones enteras, las palabras del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, resuenan con fuerza: "Los derechos humanos de la gente honrada son más importantes que los de los delincuentes". Pronunciada recientemente en defensa de su implacable política contra las pandillas, esta frase no es solo una declaración política, sino un desafío ético y filosófico a la concepción tradicional de los derechos humanos. En un país que pasó de ser el más violento del hemisferio occidental a un oasis de paz relativa en pocos años, Bukele argumenta que la protección de la mayoría inocente justifica medidas drásticas contra una minoría criminal. Pero, ¿es esta priorización moralmente sostenible?

El contexto es clave. Desde 2019, Bukele ha implementado un régimen de excepción que ha encarcelado a más de 80.000 presuntos pandilleros, desmantelando estructuras como la MS-13 y Barrio 18. El resultado: una caída vertiginosa en las tasas de homicidio, de 38 por cada 100.000 habitantes en 2019 a menos de 2 en 2024. 

Familias salvadoreñas, antes aterrorizadas por extorsiones y masacres, ahora caminan libremente por calles que parecían condenadas al caos. Para muchos, la frase de Bukele no es cinismo, sino justicia restaurativa. ¿Por qué, se preguntan, deben los derechos de un asesino —que ha segado vidas y destrozado comunidades— equipararse a los de una madre que solo busca educar a sus hijos en paz? En esta visión, los derechos humanos no son un escudo para la impunidad, sino un pacto social que prioriza al colectivo sobre el individuo depredador.

La popularidad de Bukele —con más del 80% de aprobación— revela un anhelo global. En América Latina, donde el crimen organizado devora presupuestos y esperanzas, líderes como Javier Milei en Argentina o incluso figuras en México tienen ecos similares. La filosofía utilitaria, defendida por pensadores como John Stuart Mill, respalda esta idea: el mayor bien para el mayor número. Si salvar miles de vidas requiere sacrificar comodidades de unos pocos convictos, ¿no es un cálculo ético inevitable?

En América Latina, asfixiada por el narco, esta fórmula salva vidas. No es autoritarismo: es coraje. Proteger al honrado no deshumaniza al delincuente; lo somete a la ley que él mismo pisoteó. El Salvador prueba que la seguridad no es utopía, sino decisión. ¿Hasta cuándo toleraremos que el miedo dicte nuestro destino? Sigamos el ejemplo de Bukele: prioricemos la vida real, no la teoría abstracta. La paz no necesita excusas.