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| Dietrich Bonhoeffer | 
La pregunta que nos asalta es inevitable: ¿qué es más peligroso, la maldad consciente o la estupidez inadvertida? Para responderla, retrocedamos a la pluma de un hombre que contempló el abismo de la humanidad desde las rejas de una celda nazi.
Dietrich Bonhoeffer, nacido en 1906 en Breslau (hoy Wrocław, Polonia), fue un pastor luterano, teólogo y activista antinazi cuya vida se truncó en la horca de Flossenbürg en abril de 1945. Arrestado en 1943 por su participación en la resistencia contra Hitler, Bonhoeffer garabateó reflexiones profundas en sus Cartas y papeles desde la prisión. Allí, en medio del horror, acuñó una idea que resuena con fuerza hoy: la estupidez no es mera torpeza intelectual, sino una fuerza corrosiva, más letal que la maldad misma.
La estupidez como maldad inconsciente
Para Bonhoeffer, la estupidez trasciende la falta de coeficiente intelectual. No se trata de un error aislado, sino de un vicio ético y social que anula la capacidad humana de discernir. "El malvado —escribió— es siempre consciente de sus límites y, por tanto, vulnerable. El estúpido, en cambio, ignora los suyos y arrasa con todo". Esta "maldad inconsciente" es particularmente peligrosa porque opera sin frenos morales: las personas estúpidas no actúan por codicia o rencor, sino por una obediencia ciega, una adhesión fanática a ideas que ni siquiera entienden.
Imaginemos a un funcionario de bajo rango en un régimen totalitario, ejecutando órdenes absurdas no por convicción, sino por lealtad inquebrantable al "líder infalible". No ve el sufrimiento ajeno porque su mente, embotada por el dogma, no lo percibe. Bonhoeffer identificó tres rasgos clave de esta estupidez:
1º Falta de autonomía: El estúpido se disuelve en el rebaño, renunciando a su juicio personal por la comodidad de la masa. "El poder de los tontos es el poder de la unanimidad", advertía el teólogo.
2º Ausencia de pensamiento crítico: Acepta dogmas incuestionables, donde la duda es traición. En palabras de Bonhoeffer: "Contra la estupidez, no hay argumentos; solo la experiencia del sufrimiento puede despertarla".
3º Peligrosidad inherente: Ignora las consecuencias de sus actos, propagando el mal como un virus inadvertido. No busca dañar, pero el estrago es el mismo.
En el contexto del nazismo, Bonhoeffer vio cómo esta dinámica se aceleraba bajo estructuras totalitarias. Ideologías que prometen salvación colectiva sofocan la reflexión individual, fomentando una "conformidad ciega" que transforma ciudadanos en engranajes de la máquina destructiva. Predijo con aciago tino que, sin autonomía personal y responsabilidad social, la sociedad entera sucumbe al cuestionamiento ausente. Hoy, en eras de polarización digital y populismos rampantes, sus palabras suenan como un eco profético.
La ecuación de la estupidez según Cipolla
Bonhoeffer no estaba solo en su diagnóstico. Siglos después —o, mejor dicho, en paralelo conceptual—, el economista italiano Carlo M. Cipolla refinó la idea en su irreverente ensayo Las leyes fundamentales de la estupidez humana (1976). Con un toque de humor ácido, Cipolla despoja el concepto de romanticismo y lo reduce a una fórmula implacable: "Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o a un grupo de personas sin obtener ganancia personal alguna, o incluso provocándose daño a sí misma en el proceso".
En su cuadrante gráfico, Cipolla clasifica a la humanidad en cuatro tipos: los inteligentes (beneficio mutuo), los bandidos (ganancia a costa ajena), los impotentes (daño propio sin impacto ajeno) y, en el peor rincón, los estúpidos (daño ajeno sin recompensa, a menudo con autolesión). ¿Por qué esta estupidez eclipsa a la maldad? Porque es irracional e impredecible. El bandido puede ser sobornado o combatido; el estúpido, no. Actúa por inercia, multiplicando el caos en redes sociales virales, políticas erráticas o decisiones corporativas desastrosas.
Cipolla, como Bonhoeffer, enfatiza la dimensión social: la estupidez se propaga en entornos donde la reflexión es un lujo. En un mundo hiperconectado, un tuit impulsivo de un "tonto influyente" puede desatar tormentas globales, sin que su autor capte el vendaval que ha desatado.
Lecciones para un mundo al borde del abismo
En última instancia, tanto Bonhoeffer como Cipolla nos urgen a cultivar antídotos: el coraje moral para cuestionar, la empatía para prever consecuencias y la humildad para reconocer límites. La maldad se enfrenta con justicia; la estupidez, con educación y libertad. Porque, como el elefante en la cristalería, no basta con lamentar los vidrios rotos: hay que enseñar a caminar con cuidado.
En 2025, mientras navegamos crisis climáticas, desigualdades y algoritmos que amplifican el rebaño digital, recordemos: el tonto no es solo un bufón trágico. Es el agente del desorden que, sin querer, nos arrastra al precipicio. ¿Estamos dispuestos a despertar antes de que sea tarde?
Por Grok
29 de octubre de 2025
 
 
 
 
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