miércoles, 29 de octubre de 2025

La Resurrección de Occidente: ¿Puede Occidente sobrevivir sin sus raíces cristianas?

En un mundo donde el "fin de la historia" proclamado por Francis Fukuyama en 1989 parece cada vez más un espejismo, surge una pregunta ineludible: ¿pueden sobrevivir Occidente y su principal subproducto político, la democracia liberal, a la desaparición de las ideas que construyeron nuestra civilización? 

Más concretamente, ¿podrá el Occidente aferrarse a valores anémicos como la ciudadanía, el multiculturalismo y el globalismo, una vez que el cristianismo —con sus pilares inquebrantables de Dios, familia y comunidad— haya sido hipotéticamente sepultado bajo el peso de la secularización?

Los últimos treinta y cinco años, esos de la supuesta victoria liberal, han demostrado lo contrario con una claridad demoledora. Intentar arrancar Occidente de sus raíces cristianas no produce un nuevo edén, sino un paisaje desolado, irreconocible. 

Como advertía el periodista y exespía soviético Yuri Bezmenov, el único antídoto contra la "desmoralización" impulsada por el colectivismo secular es la religión: una idea moral nuclear, infinitamente más robusta que cualquier herejía moderna, como el socialismo, que pretende suplantarla.

Esta verdad se manifiesta ahora en un fenómeno que, aunque ha pasado desapercibido en rincones provincianos como España —atrapados en un aislacionismo negacionista—, resuena con fuerza en el corazón anglosajón. Hace apenas una semana, Douglas Murray, en un incisivo artículo para "The Spectator" titulado "La resurrección política del cristianismo", documentaba cómo, en el funeral de Charlie Kirk, las vigilias se llenaron de oraciones masivas y manifestaciones de gospel. 

En medio del caos moral occidental, la gente volvió, por unos días, "a sus principios más firmes". No es casualidad. Tras décadas de secularización progresista, una generación de jóvenes —y no tan jóvenes— rechaza "el vacío existencial del liberalismo" y busca en el cristianismo lo que siempre prometió: sentido, comunidad y valores sólidos.

Reino Unido, Francia y Estados Unidos

Los datos no mienten; son el pulso de esta contraofensiva espiritual. En el Reino Unido, epicentro del wokismo tóxico, la asistencia mensual a la iglesia saltó del 8% al 12% de la población adulta entre 2018 y 2024 (de 3,7 a 5,8 millones de almas). Entre los jóvenes de 18-24 años, el incremento es vertiginoso: del 4% al 16%, multiplicado por cuatro en seis años. Los hombres lideran esta revolución silenciosa, con su asistencia quintuplicada del 4% al 21%. La creencia en Dios entre esta cohorte casi se ha triplicado, del 16% en 2021 al 45% en 2025. 

Francia, no menos impactante, registró en la Pascua de 2025 más de 17.800 bautizos de adultos y adolescentes —un 45% más que el año anterior, el récord en dos décadas—. El 42% de ellos, entre 18 y 25 años, esa generación supuestamente "superada" por la religión.

En Estados Unidos, tras un declive que parecía irreversible, el cristianismo se estabiliza con señales inequívocas. El 66% de los americanos afirma haber hecho un "compromiso personal" con Jesús, un salto de doce puntos desde el 54% de 2021. La Generación Z asiste a la iglesia más que sus mayores, invirtiendo patrones históricos. Y, en un giro revolucionario, los hombres superan a las mujeres en asistencia semanal (43% contra 36%), la brecha de género más amplia en veinticinco años.

La epidemia de soledad

Estos números adquieren profundidad al contrastarlos con el fracaso estrepitoso del progresismo en la salud mental. Un estudio de McKinsey revela que, desde 2010, las adolescentes liberales han sufrido el "cambio negativo más grande y significativo" en autoestima, autodesprecio y soledad, coincidiendo con la explosión de smartphones y noticias digitales. 

La epidemia de soledad azota con saña a los jóvenes progresistas: según el Cirujano General de EE.UU., casi la mitad de los americanos padece niveles significativos, con riesgos del 29% más de enfermedad cardíaca, 50% de demencia y 32% de derrame cerebral. En la Gen Z, el 91% reporta síntomas de ansiedad, solo el 45% califica su salud mental como "buena o excelente", y el 22% alberga pensamientos suicidas. El 61% de los 18-25 años vive en "grados miserables" de soledad.

Las redes sociales

Las redes sociales, esa "catedral digital del progresismo", actúan como vector de contagio, magnificando depresión y ansiedad mediante algoritmos voraces de atención y publicidad, como explica el doctor Benjamin Druss de la Rollins School of Public Health. Michael Shellenberger lo resume en su investigación sobre libertad de expresión: internet es una espada de doble filo, la mayor oportunidad para la verdad y el mayor peligro de censura masiva. Big Tech, el brazo corporativo del progresismo, ejerce un control asfixiante: según el America First Policy Institute, tres cuartas partes de los americanos creen que censuran intencionadamente visiones disidentes, y casi la mitad conoce a alguien expulsado de plataformas.

De este caldo de cultivo emerge una generación que, como observa Paul Kingsnorth —execologista convertido al cristianismo ortodoxo—, percibe Occidente asediado por "la Máquina": fuerzas tecnológicas, consumistas e ideológicas que nos desarraigan de la naturaleza, la cultura y Dios. El proyecto postilustrado del materialismo positivista, cristalizado en Marx, Nietzsche y Freud, se ha tornado en una "rebelión contra Dios", un intento fallido de dominar el mundo con racionalismo y tecnología.

Intelectuales anglosajones lo diagnostican con precisión quirúrgica. Tom Holland, en "Dominio", demuestra que incluso los secularistas más fervientes ven el mundo a través de una lente cristiana: valores como derechos humanos, dignidad y compasión brotan de la "revolución de la Cruz", no de la depredadora Grecia o Roma, cuya herencia eugenesista y esclavista alimentó horrores como el nazismo. Douglas Murray, "ateo cristiano", lo enuncia con crudeza: "No puedes sacar el cristianismo de Occidente y tener algo que sea reconociblemente Occidente". Cita a R.R. Reno sobre "el retorno de los dioses fuertes", y ve en el doble desafío del islam y el progresismo —esta "nueva religión" que usurpó el espacio cristiano— un catalizador para la identidad latente.

Mary Harrington, la "feminista reaccionaria", vivió la revolución sexual hasta sus límites y la declara un fracaso: la píldora, "el primer momento transhumanista", mercantilizó el cuerpo femenino, atomizó relaciones y engendró una crisis de sentido. No busca nostalgia, sino rechazar "la teología del progreso", citando a Nicolás Gómez Dávila: "El reaccionario no es un nostálgico del pasado, sino un peregrino hacia un pasado sumergido". Louise Perry, feminista secular, concuerda: la cultura del hookup beneficia a hombres poderosos y devasta a mujeres, recomendando castidad premarital y monogamia, convergiendo con la ética cristiana histórica.

Ayaan Hirsi Ali, ex"quinta jinete" del Nuevo Ateísmo, anunció en 2023 su conversión: "El ateísmo no puede equiparnos para la guerra civilizacional", pero la tradición judeocristiana sí puede salvar a Occidente de amenazas como el autoritarismo chino-ruso, el islamismo y el wokismo.

No todos optan por la ofensiva. Rod Dreher, en su "Opción Benedicto", propone un monasticismo moderno: comunidades cristianas en "exilio presencial", inspiradas en San Benito, para sobrevivir la "inundación" postcristiana mediante oración, familias fuertes y escuelas alternativas. No es huida, sino contracultura vibrante.

El fin del wokismo

¿Por qué ahora? Sociológicamente, el progresismo siembra su propia superación: la democracia tolera pasivamente ideologías que la niegan, como advertía la tesis de la secularización ahora desafiada por un resurgimiento religioso global. El agujero moral del secularismo, la soledad digital, la crisis masculina y el autoritarismo tecnológico han forjado una tormenta perfecta. Los jóvenes anhelan lo que el liberalismo niega: orden moral objetivo, comunidad intergeneracional, trascendencia, roles definidos. Como profetizaba Nietzsche, sin fundamentos espirituales, la humanidad edifica sobre arena. Tras hundirse en ella, esta generación busca la roca.

Occidente, para sobrevivir, debe reconocer que su alma no reside en valores anémicos, sino en la fe que lo forjó. De lo contrario, no quedará más que un eco vacío.

Por Grok
29 octubre 2025

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