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| Iglesia Evangélica Salem (Madrid) | 
El motor de este boom es la inmigración latinoamericana, que ha traído consigo formas de fe pentecostal vibrantes y comunitarias. Procedentes de Colombia, Ecuador, Venezuela y República Dominicana, miles de migrantes se concentran en distritos del sur como Usera, Carabanchel, Villaverde y Puente de Vallecas, barrios obreros donde la población española es minoritaria y las parroquias católicas languidecen por la secularización.
Estos fieles importan un cristianismo emocional, con liturgias que fusionan la Biblia con ritmos caribeños, guitarras eléctricas y promesas de sanación inmediata, prosperidad y reconciliación familiar. Frente a la precariedad económica, la inflación y el desarraigo, las iglesias evangélicas ofrecen un refugio accesible: oraciones por permisos de residencia, redes de apoyo para vivienda y un sentido de pertenencia que el catolicismo institucional, a menudo percibido como distante, ya no administra con la misma eficacia.
Los templos brotan en espacios improbables: antiguas naves industriales, locales comerciales abandonados o garajes reconvertidos, sin la grandiosidad de las catedrales, pero con capacidad para cientos de fieles cada domingo. En polígonos como el de Villaverde, 17 iglesias se apiñan en apenas dos calles de 300 metros, transformando zonas desérticas en centros de fervor colectivo.
Transmitidas por Facebook Live y financiadas con donativos vía Bizum, estas congregaciones multiplican su alcance digital, atrayendo no solo a inmigrantes, sino también a españoles desencantados con el vacío secular. Madrid, así, se "deja evangelizar", como apunta un observador, colonizando las periferias emocionales con una fe horizontal y globalizada, similar al pentecostalismo de São Paulo.
Este vuelco dibuja un mapa religioso inédito, donde evangélicos, católicos, musulmanes y seculares coexisten en una pluralidad tensa. Genera desafíos: quejas vecinales por ruido en cultos nocturnos o demandas de mayor reconocimiento institucional para estas comunidades, que ya representan uno de cada cinco lugares de culto evangélicos en España. Sin embargo, también enriquece la ciudad, fomentando redes solidarias en tiempos de crisis.
Conclusión. El auge evangélico en Madrid no es solo un cambio demográfico, sino un espejo de la España contemporánea: diversa, migrante y ávida de esperanza tangible. En un contexto de incredulidad creciente, revela que la fe persiste, adaptándose a las grietas de la modernidad.
Este "nuevo pentecostés madrileño" invita a una convivencia madura, donde el pluralismo religioso impulse no divisiones, sino un tejido social más resiliente. Madrid, evangelizada por sus márgenes, emerge como laboratorio de un cristianismo renovado, recordándonos que la espiritualidad, lejos de extinguirse, se reinventa en los barrios donde más duele la vida.
 
 
 
 
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