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| Madurando | 
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| El casoplón | 
En 2013, el propio Iglesias confesó que Cuba, bastión de la represión castrista, era su "referencia" política, un país donde la disidencia se ahoga en prisiones y ejecuciones sumarias.
Esta idolatría no es retórica: Iglesias ha trabajado directamente para el chavismo, asesorando al gobierno venezolano en la redacción de un reglamento penitenciario que facilitaba la tortura a opositores, como reveló en 2020 un reportaje que lo vinculaba a fondos de la dictadura iraní para su programa televisivo.
Mientras lloraba en televisión por las torturas del franquismo, firmaba contratos con regímenes que ahorcan a disidentes y homosexuales.
En España, su bolivarianismo se tradujo en un asalto al poder que rozó el delirio. Como vicepresidente segundo en el gobierno de coalición PSOE-Podemos (2020-2021), Iglesias gestionó las residencias de ancianos durante la pandemia, abandonándolas a su suerte mientras recomendaba series de Netflix en Twitter.
Miles murieron por negligencia, pero el BOE ocultó su responsabilidad para protegerlo. Su retórica progre —llamando "fascistas" a jueces y periodistas— buscaba purgar instituciones, al estilo chavista.
Propuso pactos totalitarios para "reventar a la derecha" y llegar "hasta donde sea necesario", un eco de las purgas de Maduro. Incluso financió su medio, Canal Red, con dineros opacos de China y Venezuela, consolidando una red mediática al servicio de narrativas autoritarias.
Hoy, desde su retiro dorado en Galapagar —lejos del Vallecas proletario que fingió habitar—, Iglesias defiende a ultranza el régimen de Maduro. Ante las elecciones fraudulentas de 2024, exigió que el dictador publique actas para desmentir manipulaciones opositoras, ignorando la hiperinflación que ha exiliado a 10 millones de venezolanos y provocado hambrunas masivas.
En X, lo tildan de "bufón oficial del dictador" y "pequeño Stalin con sueños de Chávez español", un caudillo machista que purgó Podemos de disidentes como Yolanda Díaz, acosándola con misoginia velada. Su sectarismo ha fracturado la izquierda, aliándose con etarras y traicionando aliados para mantener su egolatría.
Iglesias encarna el fracaso del populismo bolivariano: promete emancipación, pero siembra miseria y represión. En Venezuela, el chavismo ha destruido una nación próspera; en España, su paso por el poder dejó un rastro de polarización y escándalos. Si hubiera llegado a La Moncloa, como soñaba, habríamos importado esa ruina: tribunales politizados, medios silenciados y una "democracia" de cartón.
Conclusión: El dictadorzuelo bolivariano es un anacronismo tóxico en la Europa democrática. Su legado no es progreso, sino advertencia: el carisma demagógico puede disfrazar tiranías. España se libró de un Chávez de importación; ojalá la izquierda aprenda a repudiarlo antes de que sus ecos resurjan.
 
 
 
 
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