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Comencemos por los biorritmos
El cambio horario altera el ritmo circadiano, el reloj interno que regula sueño, hormonas y metabolismo. Al adelantar el reloj en primavera, perdemos una hora de sueño, desincronizando el cuerpo con la luz natural. La American Academy of Sleep Medicine ha revisado evidencia que vincula este ajuste con un aumento del 24% en hospitalizaciones por infarto el día siguiente al cambio al horario de verano, según un estudio en Michigan. En España, la Universidad de Granada ha documentado repuntes en urgencias médicas, accidentes de tráfico y alteraciones del estado de ánimo post-cambio. Un análisis reciente de Stanford estima que un horario fijo de invierno evitaría 300.000 accidentes cerebrovasculares y reduciría la obesidad en 2,6 millones de personas al año en EE.UU., extrapolable a Europa. Estos efectos son más pronunciados en "búhos" (cronotipos vespertinos), niños y ancianos, ya que la luz matutina es clave para la producción de melatonina y serotonina, según Harvard.
Experimentos históricos confirman los perjuicios
En 1974, EE.UU. probó el horario de verano permanente y lo abandonó por el aumento de accidentes matutinos y fatiga general. Rusia hizo lo propio en 2011 tras tres años de insatisfacción social y problemas de salud. En Portugal (1996) y Reino Unido (1971), se registraron más infartos y menor rendimiento laboral. Cronobiólogos como John Ewer, de la Universidad de Valparaíso, advierten que estos desajustes crónicos afectan el desempeño cognitivo y la productividad, con efectos "modestos" pero acumulativos.
El mito del ahorro energético
Respecto al ahorro energético, el mito original se desmorona ante datos modernos. Un metaestudio de abril de 2025 en The Energy Journal, que analiza 44 investigaciones globales, calcula un ahorro medio del 0,34% en consumo eléctrico durante el horario de verano —equivalente a unos pocos euros por hogar al año—. Con el auge de la eficiencia energética, LED y patrones de trabajo remoto, este beneficio es obsoleto. El Gobierno español lo reconoce: "apenas ayuda al ahorro, pero impacta negativamente en la salud".
José María Martín-Olalla, físico de la Universidad de Sevilla, aclara que el cambio no es solo energético, sino una adaptación cultural al sol: en verano, jornadas tempranas evitan el calor mediodía, como en las Cortes de Cádiz de 1811. Jorge Mira Pérez, de la Universidad de Santiago, matiza: los riesgos son pequeños y a veces exagerados estadísticamente, pero reales.
En resumen, la ciencia prioriza la estabilidad circadiana sobre mitos desfasados. El horario de invierno (GMT+1) emerge como opción biológicamente óptima, con más luz matutina y menos disrupciones.
El mito del ahorro energético
Respecto al ahorro energético, el mito original se desmorona ante datos modernos. Un metaestudio de abril de 2025 en The Energy Journal, que analiza 44 investigaciones globales, calcula un ahorro medio del 0,34% en consumo eléctrico durante el horario de verano —equivalente a unos pocos euros por hogar al año—. Con el auge de la eficiencia energética, LED y patrones de trabajo remoto, este beneficio es obsoleto. El Gobierno español lo reconoce: "apenas ayuda al ahorro, pero impacta negativamente en la salud".José María Martín-Olalla, físico de la Universidad de Sevilla, aclara que el cambio no es solo energético, sino una adaptación cultural al sol: en verano, jornadas tempranas evitan el calor mediodía, como en las Cortes de Cádiz de 1811. Jorge Mira Pérez, de la Universidad de Santiago, matiza: los riesgos son pequeños y a veces exagerados estadísticamente, pero reales.
En resumen, la ciencia prioriza la estabilidad circadiana sobre mitos desfasados. El horario de invierno (GMT+1) emerge como opción biológicamente óptima, con más luz matutina y menos disrupciones.
 
 
 
 
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