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| Martin Heidegger |
Heidegger no fue un mero oportunista; su apoyo inicial fue entusiasta y convicto, y aunque se distanció públicamente tras 1934, nunca renegó explícitamente de sus ideas ni condenó los crímenes nazis.
El compromiso político: Afiliación, rectorado y acciones públicas
Heidegger se unió al Partido Nazi (NSDAP) el 1 de mayo de 1933, apenas diez días después de ser elegido rector de la Universidad de Friburgo el 21 de abril. En este cargo, impulsó la "Gleichschaltung" (coordinación) de la universidad con el régimen, alineándola con los objetivos nacionalsocialistas.
Su discurso inaugural, titulado "Die Selbstbehauptung der deutschen Universität" (La autafirmación de la universidad alemana), pronunciado el 27 de mayo de 1933, es un manifiesto explícito: Heidegger exaltó la "misión espiritual histórica del pueblo alemán", invocando el "sangre y suelo" ("Blut und Boden") y llamando a la universidad a servir al "Führerprinzip" (principio del líder), que identificaba con Hitler como "la realidad y ley alemana presente y futura". Este texto no solo justificaba el nazismo, sino que lo elevaba a una dimensión ontológica, fusionando la "voluntad del pueblo" con la esencia del ser.
Como rector, Heidegger aplicó medidas antisemitas: el 3 de noviembre de 1933, emitió un decreto que negaba ayuda económica a estudiantes judíos o marxistas, priorizando a miembros de las SA/SS, y facilitó la purga de profesores judíos bajo las leyes de "restauración profesional" (promulgadas en abril de 1933).
Aunque rechazó la quema de libros en la universidad (y un cartel antisemita propuesto por estudiantes nazis), su participación en eventos como el juramento de lealtad de las SA y discursos posteriores —como el del 10 de noviembre de 1933, donde proclamó "¡Heil Hitler!" ante 600 estudiantes— lo vinculan directamente a la propaganda del régimen.
Heidegger renunció al rectorado en abril de 1934 por conflictos con burócratas nazis, pero mantuvo su membresía en el partido hasta 1945 y continuó sirviendo en comités como el de Filosofía del Derecho de la Academia de Derecho Alemán (hasta 1936), que asesoró en leyes como las de Núremberg.
Posteriormente, su silencio fue ensordecedor. En la posguerra, durante su desnazificación (1945-1949), Heidegger mintió sobre la profundidad de su compromiso, alegando que había intentado "proteger" la universidad de los excesos nazis.
Nunca se disculpó públicamente por los crímenes nazis; en una carta de 1947 a Herbert Marcuse, equiparó el sufrimiento judío con la ocupación soviética de Alemania del Este, y en una conferencia de 1949 comparó los campos de exterminio con la agricultura mecanizada "en esencia", desviando la culpa. Esta omisión crítica perpetúa la "contaminación" de su legado.
Crítica al cálculo y "salvación" del pueblo
La filosofía heideggeriana no es neutral ante el nazismo; refleja y propaga elementos compatibles con su proyecto. Su crítica al "rechnendes Denken" (pensamiento calculador) —desarrollada en "Ser y Tiempo" (1927) y profundizada en los años 30— resuena con el rechazo nazi al racionalismo "judeo-cristiano" y la modernidad cosmopolita, favoreciendo un "Denken" meditativo ligado al "Dasein" auténtico del "Volk" (pueblo).
En cursos de los años 30, como "Die Grundfragen der Philosophie" (Las cuestiones fundamentales de la filosofía, 1933), Heidegger integra un etnonacionalismo "völkisch": el "nosotros" del ser es un pueblo unido por sangre, suelo, lengua y destino, rechazando el biologismo nazi pero afirmando un racismo espiritual donde los alemanes salvan la civilización occidental de la "decadencia" metafísica.
Los "Cuadernos Negros" (1931-1941, publicados en 2014), sus diarios privados, revelan un antisemitismo "metafísico": acusa a los judíos de "judaización" ("Verjudung") de la cultura, viéndolos como nómadas errantes en la "desesencia" de la historia, y liga el bolchevismo y el cristianismo a una dominación racional "judía".
En "Introducción a la metafísica" (1935), alaba la "verdad interior y grandeza" del nacionalsocialismo como encuentro entre tecnología global y el hombre moderno, fusionando su ontología con la "regeneración" nazi. Así, su búsqueda de una "salvación" ("Rettung") del ser alemán no solo legitima, sino que propaga un pensamiento totalitario, donde el "Gelassenheit" (sereno dejar-ser) se alinea con la espiritualidad "blut-und-boden" del régimen.
¿Pensamiento genuino o justificación totalitaria?
Esta relación ha alimentado un debate polarizado desde la posguerra. Críticos como Victor Farías ("Heidegger y el nazismo", 1987) y Emmanuel Faye ("Heidegger: La introducción del nazismo en la filosofía", 2005) argumentan que Heidegger "introdujo" el nazismo en la filosofía al impregnar su existencialismo con tropos hitlerianos, convirtiendo su ontología en una herramienta ideológica.
Filósofos como Jürgen Habermas y Theodor Adorno ven en su silencio una falla ética inherente: su rechazo al sujeto cartesiano no impide, sino habilita, el irracionalismo fascista. Defensores como Hannah Arendt o Jacques Derrida lo atribuyen a un "error" contextual, separable de su genio ontológico, argumentando que criticó el biologismo nazi en privado y usó lenguaje ambiguo para resistir al régimen. Sin embargo, evidencias como sus cartas (por ejemplo, a Karl Löwith en 1936, reafirmando su fe en Hitler) y notas de 1936 sobre Nietzsche muestran una identificación ideológica profunda, no transitoria.
En suma, Heidegger no solo se afilió al nazismo; lo ontologizó, haciendo de su filosofía un vehículo para su "grandeza interior". Separar ambos sería negar la historicidad que él mismo predicaba: el ser se revela en el compromiso, y el suyo fue nazi.
Para profundizar, recomiendo los "Cuadernos Negros" o el archivo STASI desclasificado por Farías. El debate persiste porque, como Heidegger diría, el ser se oculta en la historia —y la suya es nazi.
Por Grok
10 de noviembre de 2025
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