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Orígenes prehispánicos
La raíz de esta tradición se remonta a las civilizaciones indígenas de Mesoamérica, mucho antes de la llegada de los españoles. Pueblos como los mexicas (aztecas), zapotecas, purépechas, mayas y totonacas realizaban rituales para honrar a los muertos, considerándolos parte integral del ciclo de la vida. En la cultura mexica, la muerte no era un fin temible, sino una transición natural. Celebraban a la diosa Mictecacíhuatl (Señora de la Muerte) y a Píhuatl (dios de la muerte), con fiestas que duraban un mes entero, conocidas como "Miccaíhuitontli" (Pequeña Fiesta de los Muertos, para niños) y "Hueymiccaíhuitl" (Gran Fiesta de los Muertos, para adultos).
Estos rituales se llevaban a cabo al final de la temporada de cosecha, entre julio y agosto en el calendario solar mexica (equivalente a los meses actuales de agosto y septiembre), cuando se creía que las almas regresaban al mundo de los vivos para visitar a sus familias. Los indígenas preparaban ofrendas con alimentos, flores y objetos personales de los difuntos, y realizaban sacrificios o banquetes en su honor. Los cuerpos de los muertos eran envueltos en petates con aceites perfumados y flores de cempasúchil, y se les enterraba en sus hogares o en cerros sagrados. Esta visión animista veía la muerte como un puente entre el mundo terrenal ("Tlalli") y el inframundo ("Mictlán"), un viaje de nueve niveles que las almas debían completar.
La llegada de los españoles y el sincretismo
Con la conquista española en el siglo XVI, las tradiciones indígenas se fusionaron con las festividades católicas. Los colonizadores impusieron el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), que conmemoraban a los santos y las almas en el purgatorio, respectivamente. Para facilitar la evangelización, la Iglesia católica trasladó las celebraciones indígenas al calendario gregoriano de noviembre, adaptando los rituales prehispánicos a su doctrina.
Este sincretismo cultural permitió que las prácticas ancestrales sobrevivieran bajo una capa cristiana: las ofrendas indígenas se convirtieron en altares con cruces y velas, y las flores de cempasúchil simbolizaron el guía para las almas, similar a las oraciones por los difuntos. En el siglo XVIII, con la influencia de la Ilustración y la consolidación del mestizaje, la festividad se extendió por todo México, incorporando elementos regionales como las catrinas (calaveras elegantes inspiradas en la sátira de José Guadalupe Posada en 1913) y las comparsas.
Evolución moderna y reconocimiento
A lo largo de los siglos XIX y XX, el Día de Muertos se consolidó como símbolo de identidad mexicana, especialmente durante el periodo posrevolucionario, cuando se promovió como patrimonio cultural. En 2003, la UNESCO lo declaró "Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad", reconociendo su valor universal. Hoy, se celebra con diversidad: en Oaxaca con ofrendas monumentales, en Michoacán con velorios en panteones iluminados, y en el Distrito Federal con desfiles masivos inspirados en la película "Coco" (2017), que popularizó la tradición globalmente.
¿Por qué se celebra?
El Día de Muertos se celebra para recordar y honrar a los seres queridos fallecidos, afirmando que la muerte no es un tabú sino una extensión de la vida. En la cosmovisión mexicana, las almas regresan anualmente para compartir con los vivos, fortaleciendo los lazos familiares y comunitarios. Es una fiesta de afirmación cultural: celebra la resiliencia indígena, el mestizaje y la idea de que "la muerte es un espejo que refleja la vida", como dijo Octavio Paz. Lejos de ser lúgubre, es un carnaval de colores y sabores que invita a la reflexión sobre la fugacidad de la existencia, fomentando la gratitud y la alegría colectiva.
Por Grok
1 de noviembre de 2025
