jueves, 9 de octubre de 2025

La Iglesia Católica y ETA

José María Setién, obispo de San Sebastián
Durante las casi seis décadas de actividad de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), la organización terrorista vasca que causó más de 800 víctimas mortales en su lucha por la independencia del País Vasco, la Iglesia Católica en España, particularmente en el País Vasco, ocupó un lugar controvertido. 

La afirmación de que la Iglesia "tomó partido por los asesinos" en muchos casos refleja una percepción extendida en ciertos sectores de la sociedad española, alimentada por episodios históricos donde sectores eclesiásticos defendieron a miembros de ETA o criticaron con dureza la respuesta del Estado. 

Sin embargo, esta relación fue matizada: mientras algunos clérigos y obispos mostraron simpatías por el nacionalismo vasco radical, otros condenaron explícitamente la violencia terrorista. 

Esta dualidad ha generado debates intensos, con críticas por "ambigüedades" y "complicidades" que culminaron en una disculpa oficial de los obispos vascos en 2018.

En este artículo, exploramos esta historia con profundidad, basándonos en fuentes históricas, declaraciones eclesiásticas y análisis académicos. El objetivo es ofrecer una visión equilibrada, reconociendo tanto las condenas como las posturas que, a ojos de muchos, equipararon a víctimas y verdugos.

Orígenes: La Iglesia como semillero del nacionalismo vasco

La vinculación entre el clero vasco y ETA se remonta a los años 60, en el contexto del franquismo. ETA se fundó en 1959 como un movimiento estudiantil nacionalista, pero rápidamente incorporó a sacerdotes y laicos católicos influenciados por la teología de la liberación y el nacionalismo cultural vasco. La Iglesia, perseguida durante la dictadura, vio en el nacionalismo una forma de resistencia cultural y lingüística. Algunos sacerdotes actuaron como enlaces o protectores de militantes etarras, ofreciéndoles refugio en parroquias o utilizando púlpitos para denunciar la represión estatal.

Un ejemplo emblemático es el Proceso de Burgos (1970), donde nueve miembros de ETA fueron juzgados por el asesinato de un guardia civil. La Iglesia vasca intervino activamente: obispos como el de Bilbao, Antonio Añoveros, y el de San Sebastián, Jacinto Argaya, criticaron el juicio como "injusto" y pidieron clemencia. 

El Vaticano, a través de una nota de la Sagrada Congregación para los Obispos, instó a los jueces a considerar "el contexto político" de los acusados, lo que fue interpretado como un apoyo indirecto a ETA. 

Esta postura aceleró el fin del Proceso de Burgos, con la conmutación de penas, pero también generó acusaciones de que la Iglesia estaba legitimando el terrorismo. Como señala el periodista Pedro Ontoso en su libro ETA, yo te absuelvo, "el Vaticano ejerció de altavoz indirecto de la banda terrorista", destacando cómo el clero vasco se posicionó como mediador, pero en detrimento de las víctimas.

Esta relación "tóxica", como la describe un análisis en El País, se originó en 1962, cuando sacerdotes vascos fundaron grupos como los Jentak, que evolucionaron hacia el nacionalismo radical. La Iglesia no solo toleró, sino que en ocasiones fomentó, un discurso que equiparaba la opresión franquista con la "lucha de liberación" etarra.

Las cartas pastorales de 1981: El punto de no retorno

Uno de los episodios más criticados ocurrió en la Transición democrática, cuando ETA intensificó sus atentados. En abril de 1981, los obispos vascos publicaron dos cartas pastorales que generaron un escándalo nacional. Tituladas Sobre la reconciliación en el País Vasco y El problema del País Vasco, estos documentos condenaban la violencia de ETA, pero también criticaban duramente la "represión estatal" y pedían "perdón" por las "injusticias" cometidas contra el pueblo vasco. Frases como "el Estado ha respondido con una violencia que no se justifica" fueron vistas como una equiparación entre terroristas y fuerzas de seguridad.

El cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo, rechazó estas cartas por su "ambigüedad moral". En la prensa de la época, como en el archivo Linz de la Transición, se tituló "ETA te absuelvo", acusando a los obispos de dar un "golpe al Estado". El arzobispo de Pamplona, Miguel Trigo, llegó a dimitir en protesta. Estas pastorales no solo dividieron a la Iglesia española, sino que fueron interpretadas como un respaldo implícito a ETA, especialmente en un momento en que la banda asesinaba a 26 personas ese año.

Pedro Ontoso, en Con la Biblia y la Parabellum, argumenta que "la Iglesia vasca estuvo en el origen y el final de ETA", proporcionando no solo cobertura ideológica, sino logística en algunos casos. Por ejemplo, sacerdotes como el jesuita Javier Elzo o el capellán José María Setién (futuro obispo de San Sebastián) defendieron públicamente a etarras como "presos políticos".

Ambigüedades y equidistancias

A lo largo de las décadas, las críticas por "simpatizar" con ETA se centraron en la equidistancia moral de la Iglesia. En 2002, el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, en una homilía tras el asesinato de dos ertzainas, equiparó el "sufrimiento de ETA" con el de las víctimas, lo que provocó una oleada de protestas. 

La Conferencia Episcopal Española (CEE) se negó a adherirse al Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, alegando que era "político", no pastoral, lo que fue visto como una tibieza intolerable.

El arzobispo de Bilbao, Ricardo Blázquez (entonces en Bilbao), fue uno de los pocos que denunció explícitamente el "camuflaje" de ETA como movimiento de liberación, en un documento de 2002 analizado por la Fundación FAES. Sin embargo, la mayoría de los obispos vascos optaron por un discurso de "reconciliación" que, según críticos como las cofundadoras de Gesto por la Paz (Maite Fuertes y Pilar Aramburo), reflejaba "cobardía" ante la amenaza etarra. En Revista de Prensa, se cuestionaba: "¿Acaso le debe algo ETA a la Iglesia?", aludiendo a cómo el mensaje cristiano de paz se vaciaba cuando se relativizaba el terrorismo.

En el ámbito académico, estudios como el de Historia Contemporánea destacan cómo colectivos cristianos laicos y sacerdotes vascos expresaron pluralidad, pero la jerarquía priorizó el nacionalismo sobre la condena inequívoca. Un análisis en Eusko Ikaskuntza muestra que, entre 1975 y 1990, solo el 20% de las declaraciones episcopales mencionaban explícitamente a ETA como "terrorista", frente a un 60% que hablaban de "conflicto vasco".

Condenas y evolución: Hacia la disculpa de 2018

No toda la Iglesia fue complaciente. Desde los años 80, figuras como el arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, o el cardenal Antonio Cañizares condenaron el terrorismo como "pecado mortal". En 2000, Juan Pablo II, en su visita a Santiago de Compostela, exhortó a rechazar la violencia. La CEE emitió documentos como La Iglesia frente al terrorismo (2002), donde se denuncia la "barbarie" de ETA, aunque sin firmar pactos políticos.

El punto de inflexión llegó con el cese de la actividad armada de ETA en 2011 y su disolución en 2018. Ese año, los obispos de País Vasco, Navarra y Bayona publicaron una carta pastoral pidiendo "sinceramente perdón" por "complicidades, ambigüedades y omisiones" en relación con el terrorismo. Reconocieron que "el espacio cristiano fue aprovechado" por ETA y que su silencio contribuyó al sufrimiento. Esta disculpa, aplaudida por víctimas como las de la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT), marcó un cierre simbólico.

En retrospectiva, documentales como El País Vasco y la ETA de DW (2019) ilustran cómo la Iglesia pasó de ser un refugio para etarras a un actor en la reconciliación, aunque las cicatrices persisten.

Conclusión

La relación entre la Iglesia y ETA no fue un monolito de apoyo a los "asesinos", sino un tapiz de ideales nacionalistas entretejidos con errores morales. Mientras algunos clérigos defendieron a etarras en nombre de la justicia social, la mayoría de la jerarquía condenó la violencia, aunque con matices que alimentaron la percepción de parcialidad. Hoy, con ETA disuelta, esta historia sirve de advertencia: la fe puede inspirar liberación, pero también cegar ante el horror del terrorismo.

La disculpa de 2018 no borra el pasado, pero invita a la memoria crítica. Como resume Ontoso, la Iglesia vasca "estuvo en el origen y el final de ETA", recordándonos que, en conflictos así, la neutralidad moral es un lujo que nadie puede permitirse.

Gregorio Samsa

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