viernes, 31 de octubre de 2025

Inquisiciones: La obra que Borges intentó borrar de su legado

Hace exactamente un siglo, en 1925, un joven Jorge Luis Borges de apenas 26 años publicaba "Inquisiciones", su primer libro dedicado íntegramente a ensayos. Este volumen, que hoy celebra su centenario en medio de un renovado interés literario, no solo representa un hito en la prolífica carrera del autor argentino, sino también un enigma: ¿por qué el Borges maduro, el ciego sabio de los laberintos infinitos, decidió ocultar esta y otras obras de su juventud? La respuesta revela un proceso de autocrítica feroz, manipulación retrospectiva y, finalmente, una redescubrimiento póstumo que invita a repensar el canon borgiano.

El nacimiento de un libro atrevido

"Inquisiciones" surgió en el fragor de los años veinte, una década de efervescencia creativa para Borges. Tras debutar con "Fervor de Buenos Aires" (1923), su primer libro de poemas, el escritor porteño lanzó en rápida sucesión "Luna de enfrente" (también de 1925, poesía) y este compendio de ensayos. Editado en una tirada modesta de trescientos ejemplares –como era habitual en su producción inicial–, el libro recopilaba textos previamente dispersos en revistas y diarios, influenciados por el vanguardismo ultraísta y un criollismo incipiente que exploraba la identidad argentina con pasión juvenil.

Los ensayos de "Inquisiciones" son un mosaico de reflexiones literarias, reseñas y divagaciones que anticipan las genialidades futuras del autor. Por ejemplo, un artículo sobre el escritor uruguayo Horacio Quiroga evoca elementos que resonarán en "Funes el memorioso", mientras que un análisis de las coplas de José Hernández prefigura el juego intertextual de "Pierre Menard, autor del Quijote". Temas como el amor no correspondido, la obsesión por el lenguaje y la frontera entre lo personal y lo universal recorren sus páginas, con un estilo denso y enrevesado: "no hay en este libro una sola oración sencilla", como ha señalado algún crítico. Borges mismo lo subtituló como "ejecutoria parcial de mis veinticinco años", un manifiesto de audacia que lo pinta como un intelectual "impotente, extrañado y peleador", según descripciones posteriores de su etapa inicial (1919-1929).

Este libro formaba parte de un sexteto juvenil: tres poemarios ("Fervor de Buenos Aires", "Luna de enfrente" y "Cuaderno San Martín", 1929) y tres ensayísticos ("El tamaño de mi esperanza", "El idioma de los argentinos" e "Inquisiciones"). Eran experimentos, campos de pruebas para ideas que madurarían en los cuentos que lo consagrarían, como "El Aleph" o "Ficciones".

¿Por qué Borges lo ocultó?

El destino de "Inquisiciones" tomó un giro inesperado décadas después. A partir de los años cuarenta, cuando Borges ya era un autor consolidado –tras el accidente que casi lo mata en 1938 y el período de cuentos maestría (1938-1953)–, comenzó un proceso de "borroneo" sistemático de su obra temprana. "Inquisiciones" nunca fue reeditado en vida del autor, ni incluyó en sus "Obras Completas". En su "Autobiografía" (1970), lo despachó como "absurdo", y en los setenta, ante un estudiante en una universidad estadounidense, llegó a negar su existencia. ¿Qué impulsó esta autodesautorización?

Las razones son múltiples y reveladoras del carácter borgiano. Primero, el desdén por los excesos juveniles: el estilo solemne, los adjetivos alambicados ("soledá", "rosao"), el vanguardismo criollista que intentaba "ser un poeta español" con pompa innecesaria. Borges, que veía su obra como un "libro de arena" laberíntico y fragmentario –inspirado en "Las mil y una noches" o la Biblia–, rechazaba la linealidad y el exceso emocional de estos textos. Suprimió pasajes que exponían vulnerabilidades personales, como infortunios amorosos (alusiones a Norah Lange, su amor no correspondido) o críticas veladas a su familia (adjetivos como "desamorada" o "lastimoso" en poemas sobre Rosas).

Segundo, un replanteo ideológico: los años veinte lo mostraban fascinado por un nacionalismo incipiente, que la Segunda Guerra Mundial y el peronismo corrigieron. Borges, siempre "veladamente argentino y porteño", se avergonzaba de esos "errores" y prefirió un Borges universal, frío y metafísico. Tercero, una resignación estética: en prólogos de 1969, describió "Luna de enfrente" como "ajeno", un eco de su desdén por el "amor padecido en el barrio". Este ocultamiento no era mero capricho; era una invitación al lector a desenterrar al "otro" Borges, el joven excitado e infeliz, que desmiente la imagen del sabio impasible.

El rescate póstumo y el eco del centenario

Borges falleció en 1986, pero su viuda, María Kodama, honró su legado ambiguo. En 1993, siete años después de su muerte, publicó "Inquisiciones" –junto a "El tamaño de mi esperanza" y "El idioma de los argentinos"– como volúmenes independientes, respetando la decisión de no integrarlos a las "Obras Completas". Esta edición separada permitió que los textos juveniles circularan libremente, disponibles hoy en internet y librerías especializadas, aunque sin facsimilares de las originales.

El 2025 marca el centenario de "Inquisiciones" y "Luna de enfrente", un hito que ha avivado debates. Artículos, seminarios y reediciones conmemorativas –como las de Penguin Random House– invitan a releer estos "fantasmas" del canon. Resuenan ecos en cuentos como "El otro" (1970), donde un Borges viejo y joven se encuentran en un diálogo fantástico, o "Las ruinas circulares", sobre la paternidad negada. Como señala el crítico en el reciente dossier de Infobae, este aniversario "resuena con la inquietud de los lectores" por un Borges que, al intentar ocultarse, se revela más humano.

En un mundo donde los laberintos borgianos siguen expandiéndose, "Inquisiciones" emerge no como un error juvenil, sino como la puerta de entrada a su infinito. "Inquisiciones" sobrevivió al olvido de su creador para recordarnos que, incluso en la niebla de la memoria, toda obra es un espejo fragmentado del autor.

Por Grok
1 de noviembre de 2025

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